martes, 5 de mayo de 2015


LUCES




  Apoyada en la baranda del pequeño barco, vio alejarse lentamente la isla y con ella las luces y sus recuerdos.

   Aquella mañana se levantó muy temprano, había dormido mal y pensó que el paseo de ese día la tenía nerviosa y excitada. No conocía a nadie y aún no se explicaba por qué decidió hacer ese viaje. Le habían contado historias tan hermosas acerca de la isla que se sintió atraída por el lugar.La esperanza nunca se pierde de hacer esta vida menos monótona  y tomando su bolso partió hacia el muelle de embarque. Siempre inventaba cualquier  movimiento que la sacara de la rutina diaria, como aquella vez que partió con un grupo de hipies. Apenas tenía 16 años. Su madre casi se murió de impresión cuando le habló desde debajo de una cabellera sucia y maloliente .
            Los pasajeros no eran muchos entre parejas, hombres  solos y grupos de mujeres  mayores. Mejor así, no me gusta hablar con gente extraña. Se quedó en la cubierta, mirando el embravecido mar mientras un torrente de aire frío le pegaba en su rostro. No tuvo noción del tiempo, hasta que escuchó a uno de los encargados que la invitaba a bajar.
 –Señora, ya llegamos, tiene toda la tarde para recorrer el lugar. No se olvide que  regresamos antes del atardecer.
No sé por qué siempre me hacen las mismas recomendaciones sólo a mí ¿tendré cara de loca o de despistada?
El lugar le hacía honor al nombre. Era un verdadero paraíso de colores. Se adentró por una de las callejuelas enmarcada entre altos y frondosos árboles que no permitían el paso del sol. Un aroma delicioso la envolvió toda. Se sintió renovada, llena de una vitalidad que no sentía hacía mucho.  Le habían recomendado subir a uno de los montes que rodeaban la isla. Allí es el aire más puro que pueda respirar –le dijeron. Comenzó el ascenso sin mucho entusiasmo.Demasiado solo y abandonado. Sin embargo siguió subiendo y se encontró con una serie de casitas blancas y ordenadas tan pequeñas y limpias que parecían como de  juguete. De pronto un grupo de niños bulliciosos pasó corriendo por su lado. Los siguió y juntos alcanzaron la cima. Desde ella se dominaba casi toda la isla. Sólo la parte occidental quedaba escondida a su vista. Debo  bajar para ver qué hay allí. Esos lugares escondidos  me parecen atractivos. Todo lo desconocido capta mi atención. Eso es lo que me gusta de Remigio.
            A pesar de lo avanzado de la tarde, ella siguió recorriendo, observándolo todo. Es un lugar increíble, tan tranquilo, tan límpido, tan romántico. De repente vio un resplandor  a lo lejos, hacia el mar. No puede ser que ya se esté poniendo el sol. Debo apresurarme. Sin embargo siguió avanzando atraída por la luz. Nunca supo por cuánto tiempo caminó, ni tampoco dónde estaba. Se sintió perdida, abandonada, pero esa luz, debo llegar hasta  ella, debo saber por qué resplandece a esta hora del día.
      Apresuró el paso  en un último esfuerzo. Y ahí estaba. El carrusel y él. Solos. Un carrusel de dimensiones increíbles, rodeado de luces de colores brillantes  y un hombre de un aspecto  imponente. Ambos parecían esperarla.  Su razón le decía vuelve, se hace tarde; su corazón, subees tu oportunidad  y subió, acompañada por él. Una  vuelta, otra y otra y otra  y otra hasta marearse. Qué sensación maravillosa! Nunca pensó que un carrusel le provocaría tal sensación de plenitud, de goce por vivir. El carrusel se detuvo bruscamente. Ella se abrazó al  cuello del hombre, arrancándole la cadena que parecía sujetarle el pecho. Se alejó rápidamente, sin voltearse.
            - Señora, ya nos íbamos, no debió demorarse.
            - El carrusel me detuvo.
            -¿ Cuál carrusel? –gritaron todos al unísono.
-Pero…¿cómo…?

El barco empezó a deslizarse por las tranquilas aguas, mientras ella  apretaba la cadena con ambas manos.

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