LUCES
Apoyada en la baranda del pequeño barco, vio alejarse lentamente la isla y con ella las luces y sus recuerdos.
Aquella mañana se levantó muy temprano, había dormido mal
y pensó que el paseo de ese día la tenía nerviosa y excitada. No conocía a
nadie y aún no se explicaba por qué decidió hacer ese viaje. Le habían contado
historias tan hermosas acerca de la isla que se sintió atraída por el lugar.La esperanza nunca se pierde de hacer esta
vida menos monótona y tomando su
bolso partió hacia el muelle de embarque. Siempre inventaba cualquier movimiento que la sacara de la rutina diaria,
como aquella vez que partió con un grupo de hipies.
Apenas tenía 16 años. Su madre casi se murió de impresión cuando le habló
desde debajo de una cabellera sucia y maloliente .
Los pasajeros no eran muchos entre parejas, hombres solos y grupos de mujeres mayores. Mejor
así, no me gusta hablar con gente extraña. Se quedó en la cubierta, mirando
el embravecido mar mientras un torrente de aire frío le pegaba en su rostro. No
tuvo noción del tiempo, hasta que escuchó a uno de los encargados que la
invitaba a bajar.
–Señora, ya llegamos, tiene toda la tarde para
recorrer el lugar. No se olvide que
regresamos antes del atardecer.
No sé por qué siempre me hacen las mismas
recomendaciones sólo a mí ¿tendré cara de loca o de despistada?
El
lugar le hacía honor al nombre. Era un verdadero paraíso de colores. Se adentró
por una de las callejuelas enmarcada entre altos y frondosos árboles que no
permitían el paso del sol. Un aroma delicioso la envolvió toda. Se sintió
renovada, llena de una vitalidad que no sentía hacía mucho. Le habían recomendado subir a uno de los
montes que rodeaban la isla. Allí es el aire más puro que pueda respirar –le
dijeron. Comenzó el ascenso sin mucho entusiasmo.Demasiado solo y abandonado. Sin embargo siguió subiendo y se
encontró con una serie de casitas blancas y ordenadas tan pequeñas y limpias
que parecían como de juguete. De pronto
un grupo de niños bulliciosos pasó corriendo por su lado. Los siguió y juntos
alcanzaron la cima. Desde ella se dominaba casi toda la isla. Sólo la parte occidental
quedaba escondida a su vista. Debo bajar para ver qué hay allí. Esos lugares
escondidos me parecen atractivos. Todo
lo desconocido capta mi atención. Eso es lo que me gusta de Remigio.
A pesar de lo avanzado de la tarde, ella siguió
recorriendo, observándolo todo. Es un
lugar increíble, tan tranquilo, tan límpido, tan romántico. De repente vio
un resplandor a lo lejos, hacia el mar. No puede ser que ya se esté poniendo el sol.
Debo apresurarme. Sin embargo siguió avanzando atraída por la luz. Nunca
supo por cuánto tiempo caminó, ni tampoco dónde estaba. Se sintió perdida,
abandonada, pero esa luz, debo llegar
hasta ella, debo saber por qué
resplandece a esta hora del día.
Apresuró
el paso en un último esfuerzo. Y ahí
estaba. El carrusel y él. Solos. Un carrusel de dimensiones increíbles, rodeado
de luces de colores brillantes y un
hombre de un aspecto imponente. Ambos
parecían esperarla. Su razón le decía vuelve, se hace tarde; su corazón, sube
…es tu oportunidad y subió, acompañada por él. Una vuelta, otra y otra y otra y otra hasta marearse. Qué sensación maravillosa! Nunca pensó que un carrusel le
provocaría tal sensación de plenitud, de goce por vivir. El carrusel se detuvo
bruscamente. Ella se abrazó al cuello
del hombre, arrancándole la cadena que parecía sujetarle el pecho. Se alejó
rápidamente, sin voltearse.
- Señora, ya nos íbamos, no debió demorarse.
- El carrusel me detuvo.
-¿ Cuál carrusel? –gritaron todos al unísono.
-Pero…¿cómo…?
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